junio 03, 2009



Olor a bruma
David Núñez
50 páginas

Pro-logos


Olor a bruma de David Núñez es la búsqueda del sentido último de las cosas, cosas como la del amor y de la existencia finita. Poemas de revelaciones y reflexiones en torno a lo trascendental, para los cuales se basa en la vasta memoria humana. Como dice el poeta Antonio Gamoneda: “En la escritura poética no se trata tanto de dar información, sino de que algo que quizás estaba oculto, incluso para el propio poeta, se incorpore al pensamiento y, posteriormente, al lenguaje poético, o viceversa”. En esa línea, Núñez parte del primer mito, el que da origen a la vida: “Dios ha pasado dejando/ su creación sobre mis manos”. Y siguiendo la filosofía de Cioran, el pensamiento cínico y nihilista, va demoliendo los cimientos del propio conocimiento, todo lo sabido acerca de la vida se vuelve relativo: “Soy árbol/ (digo entonces)/ entre un bosque/ de mentiras”. El poeta, expulsado, va hacia la ciudad, su habitad pétreo pero lleno de sensualidad y misterio: “Es una hermosa mujer/ parada frente al mar/ del universo”. Allí concluye que el sentido de la vida es, en apariencia, lo inverso a “proseguir o seguir”, como decía Martín Adán (“sabiduría no es estar/ sin noción de nada, sino proseguir o seguir/ a pie hacia el ya”): “No será posible la felicidad/ mientras lleve en la frente/ estampado el anhelo/ de seguir viviendo”. Fiel a su radical nihilismo, de crítica desmitificadora, el hombre es concebido solo como un punto en el vacío, “que ahora flota/ sin motivo ni causa/ agitado apenas por el viento”, en los intramuros del laberinto del propio yo, en un absurdo soliloquio, “semejante a un perro/ que ladra pero no muerde”, “a través de un camino/ que nunca se acaba”. El hombre es un ser distinto a sí mismo - y Dios no tiene imagen -, el hombre “es tan distinto a su sombra”. Quizás no hay sentido de la vida (las instituciones, como la iglesia, son falsas). La historia entonces transcurre tan solo entre el nacimiento y la destrucción, el hombre es su propio demonio: “La tierra,/ hermoso globo marrón/ que el hombre hará explotar”. El poeta ahora está “de cara a la muerte”; de ahí que su apuesta radique en los poemas de la segunda sección de Olor a bruma, en el amor. Como poeta de la materia y de la angustia trascendental, aborda este giboso tema literario desde su carnalidad: “Tu cuerpo/ entre mis brazos/ es un fresco jardín”. Con reminiscencias al origen divino de la vida, al Edén, el locus amenus deviene en el lecho de los amantes, que se convierte en puerta para la huida: “La cama está/ colmada de silencios./ Furioso, arrastro el deseo./ Es mi única salida.” El amor como deseo, el deseo como pecado y liberación. Y la mujer como cosmos: “Nunca has dejado de ser/ la luna llena/ pues al final de cada/ estación/ siempre retornas a mi”. De esta visión melancólica, nace el ritual: “Tu ausencia/ se ha convertido/ en una larga historia/ colmada de silencios.” Y de aquel ritual de los amantes en el lecho cósmico nace la poesía “colmada de silencios” también, porque el conocimiento y el amor podrán llevar al hombre a tantear apenas lo que es el sentido último de las cosas, pero no a abordarlas (Cioran escribía: “Me seducen las distancias lejanas, el inmenso vacío que proyecto sobre el mundo. Crece en mí una sensación de vaciedad; se infiltra en mi cuerpo como un fluido ligero e impalpable. En su avance, como una dilación hasta el infinito, siento la presencia misteriosa de los sentimientos más contradictorios que ha acogido jamás el alma humana. Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo. Aunque sea solamente por la alegría de mi tristeza, querría que no hubiera más muerte en esta Tierra. "). No la razón sino la poesía nos llevará a descifrar esos silencios, lo sabe el poeta: “Mis manos hasta hoy/ no han encontrado el final”. Olor a bruma es un libro de poemas dispuesto a dejarnos removidos por dentro, a desconfiar de lo que nos rodea, para que, luego de las brumas, disueltas las borrascas, empecemos a amar las cosas esenciales, no la abundancia sino lo necesario. He ahí su brevedad y su hondura.

Miguel Ildefonso
Portada del Sol, 2009.